lunes, 25 de junio de 2012

bibliotecas y la enseñanza en argentina. Bibliotecas y escuela en argentina



La historia de las bibliotecas escolares es todavía breve en las escuelas primarias de
algunas jurisdicciones. Si bien están las que tienen una larga existencia, su razón de ser
ha sido, subsistir, estar, permanecer, hallarse en un lugar, quietas y silenciosas, vacías
de toda presencia humana durante muchos años. En una inquietante penumbra,
habitadas por monolíticas filas de libros forrados y protegidos en vitrinas cerradas con
vueltas de llave, esperaron, pacientes, un cambio, que empezó a suceder, en la mayoría
de los casos, hace menos de veinte años. En otras escuelas en las que no había
biblioteca, al menos así sucedió en la ciudad de Buenos Aires, se fueron creando
después.
Anteriormente a los inicios oficiales no faltaron los intentos de aquellos maestros y
directores que sabiendo de la necesidad improvisaron bibliotecas que funcionaban, con
la alegría de la gratuidad y la disposición voluntaria de los participantes, en armarios o
rincones sin un mejor propósito.
Las bibliotecas en los últimos años se insertaron en las escuelas y se les adjudicaron
espacios que no tenían destinados y que a veces no fueron los mejores, pero se
abrieron. Según el entusiasmo con que se trabajó mejoraron esos ámbitos. Se crearon
bibliotecas tanto en aulas de allá arriba o allá al fondo como en pasillos, en cuartitos o
en hermosos salones construidos para contenerlas.
Hubo otras realidades con comienzos diferentes. Una comunidad entusiasta y porfiada
empezó con lo que tenía, ocupó y habitó un espacio que no era sólo físico y después
vinieron las inauguraciones oficiales si las hubo.
Más allá de los actos de inauguración y de los cortes de cinta, las verdaderas creaciones
de las bibliotecas comenzaron en el hacer diario, en la construcción de un tiempo
compartido en ese ámbito, en el intercambio. Probablemente primero hubo invitaciones
del bibliotecario pero, a medida que desarrollaron su trabajo, fueron apareciendo
maestros y chicos frecuentándolas, pidiendo, proponiendo, en fin, apropiándose.
Lo más difícil no fue encontrar el lugar material sino inmiscuirse en la escuela y abrirse
paso, instalarse en la dinámica de trabajo en la que no estaba incluida, nada menos que
una biblioteca en una escuela de un solo libro, el manual o el libro de lectura.
Simultáneamente a la apertura de las bibliotecas surgió la necesidad de la figura del
bibliotecario que se hiciera cargo de la gestión. Al principio, para salvar la urgencia, en
la ciudad de Buenos Aires, se capacitó en cursos breves a algunos maestros interesados
y, más tarde, se organizó la carrera de bibliotecario escolar.

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