LOS LIBROS NOS EDUCAN
"Los libros nos enseñan a amar"
Manuscritos, impresos y ahora digitales, los libros representan la diversidad humana mientras no sean expurgados, claro está, a condición de que puedan participar en ella sin discriminación, corte ni censura, los libros en una feria de libros son, en pequeño formato, la humanidad viviente con lo mejor y peor que ella tiene: sus creencias, sus fantasías, sus conocimientos, sus sueños, sus contradicciones, sus amores y sus odios, sus prejuicios, sus pequeñeces y grandezas.
Ningún espejo retrata mejor a esa colectividad de hombres y mujeres que conforman las diversas tradiciones, culturas, etnias, lenguajes, mitos, costumbres, modos y modas del fenómeno humano, porque esa extraordinaria variedad desaparece cuando, abandonando la superficie, gracias a los libros, nos sumergimos en lo profundo hasta llegar a aquellas raíces y denominadores comunes de la especie.
Los libros nos ayudan a derrotar los prejuicios racistas, étnicos, religiosos e ideológicos entre los pueblos y las personas, y a descubrir que por encima o por debajo de las fronteras regionales y nacionales somos iguales, que en el fondo, nosotros, somos en verdad, nosotros mismos.
Gracias a los libros viajamos en el espacio y en el tiempo, como hizo Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos sin salir de su biblioteca, y comprobamos con todos sus matices y variantes, la humanidad es una sola y compartida. Podemos comparar el mundo de los libros que en estos momentos nos rodean en esta feria como un bosque encantado. Ellos están allí, quietos, inertes, silenciosos como los árboles y las plantas de las fantásticas historias infantiles, esperando la varita mágica que los anime, la lectura. Basta que los abramos y celebremos con sus páginas esa operación mágica que es la lectura para que la vida estalle en ellos convocada por la hechicería de sus letras y palabras y un surtidor de ideas e imágenes y sugestiones se eleven del papel hacia nosotros, nos impregne, arrebate y traslade a otra vida a menudo más rica, coherente, intensa y entretenida que la vida verdadera en la que a menudo las rutinas embrutecedoras cotidianas nos dejan apenas resquicio para la exaltación y la felicidad.
La vida de los libros nos enriquece y nos transforma, nos hace más sensibles, más imaginativos y sobre todo más libres, más críticos del mundo tal como es y más empeñados en que cambie también él y se vaya acercando a los mundos que inventamos a imagen y semejanza de nuestros deseos y sueños.
Por eso, los libros son un testimonio inapelable de las carencias y deficiencias de la vida, aquellas que incitan a los seres humanos a crear mundos de fantasías y a volcarlos a ficciones para tener aquellos que la vida que vivimos no nos da. El viaje al corazón de ese bosque encantado de los libros no es gratuito, un paseo divertido y sin secuelas. Es un viaje que deja huellas en el sentimiento y la inteligencia del lector. La comprobación de que el mundo real está mal hecho, pues no basta para colmar nuestros anhelos, para qué inventaríamos otros mundos si con este nos bastara.
Ningún espejo retrata mejor a esa colectividad de hombres y mujeres que conforman las diversas tradiciones, culturas, etnias, lenguajes, mitos, costumbres, modos y modas del fenómeno humano, porque esa extraordinaria variedad desaparece cuando, abandonando la superficie, gracias a los libros, nos sumergimos en lo profundo hasta llegar a aquellas raíces y denominadores comunes de la especie.
Los libros nos ayudan a derrotar los prejuicios racistas, étnicos, religiosos e ideológicos entre los pueblos y las personas, y a descubrir que por encima o por debajo de las fronteras regionales y nacionales somos iguales, que en el fondo, nosotros, somos en verdad, nosotros mismos.
Gracias a los libros viajamos en el espacio y en el tiempo, como hizo Julio Cortázar en La vuelta al día en ochenta mundos sin salir de su biblioteca, y comprobamos con todos sus matices y variantes, la humanidad es una sola y compartida. Podemos comparar el mundo de los libros que en estos momentos nos rodean en esta feria como un bosque encantado. Ellos están allí, quietos, inertes, silenciosos como los árboles y las plantas de las fantásticas historias infantiles, esperando la varita mágica que los anime, la lectura. Basta que los abramos y celebremos con sus páginas esa operación mágica que es la lectura para que la vida estalle en ellos convocada por la hechicería de sus letras y palabras y un surtidor de ideas e imágenes y sugestiones se eleven del papel hacia nosotros, nos impregne, arrebate y traslade a otra vida a menudo más rica, coherente, intensa y entretenida que la vida verdadera en la que a menudo las rutinas embrutecedoras cotidianas nos dejan apenas resquicio para la exaltación y la felicidad.
La vida de los libros nos enriquece y nos transforma, nos hace más sensibles, más imaginativos y sobre todo más libres, más críticos del mundo tal como es y más empeñados en que cambie también él y se vaya acercando a los mundos que inventamos a imagen y semejanza de nuestros deseos y sueños.
Por eso, los libros son un testimonio inapelable de las carencias y deficiencias de la vida, aquellas que incitan a los seres humanos a crear mundos de fantasías y a volcarlos a ficciones para tener aquellos que la vida que vivimos no nos da. El viaje al corazón de ese bosque encantado de los libros no es gratuito, un paseo divertido y sin secuelas. Es un viaje que deja huellas en el sentimiento y la inteligencia del lector. La comprobación de que el mundo real está mal hecho, pues no basta para colmar nuestros anhelos, para qué inventaríamos otros mundos si con este nos bastara.
2 comentarios:
Muy buen artículo e interesante. Los libros realmente nos trasladan con la imaginación.
Muy buen artículo e interesante. Los libros realmente nos trasladan con la imaginación.
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