La biblioteca escolar representa un espacio idóneo para que el niño o la niña descubran el placer de leer.
La biblioteca, entendida como un espacio amplio y acogedor, con unos fondos actualizados y diversificados (libros, revistas, publicaciones periódicas, monografías, vídeos, CD-ROMs, etc.), con una apertura diaria en horario amplio (lectivo e incluso extraescolar), con personal competente que ordene, oriente y dinamice y un profesorado sensibilizado que anime a la lectura, constituye un espacio idóneo (y no el único, claro está) para que se produzca el deseado encuentro entre el niño o la niña y el libro. Es el lugar adecuado para que los niños pongan en práctica los distintos perfiles de la lectura: su lado placentero, su labor informativa y su vertiente de aprendizaje.
La biblioteca escolar, por otra parte, ofrece otros perfiles que se deben tener muy en cuenta: es compensadora de desigualdades, en cuanto que todo su contenido se encuentra al alcance del colectivo de niños que acuden a la escuela de procedencia social muy diversa. Ofrecen nuevas posibilidades a aquellos que carecen de una pequeña biblioteca personal y que tampoco encuentran en casa un clima cálido para la práctica de la lectura.
Es un espacio civilizador, en donde se comparten tiempos, silencio y lectura.
Es también un centro de dinamización cultural del colegio. De la biblioteca escolar pueden y deben partir iniciativas culturales que se proyectarán a todo el centro: exposiciones, publicaciones, campañas, semana del libro, conmemoraciones literarias, etc.
La biblioteca puede convertirse así en un espacio ejercitador de la responsabilidad y la cooperación si un grupo del alumnado colabora activamente en las tareas de gestión de la misma, desarrollando las labores propias de un bibliotecario o bibliotecaria, o se vive como un espacio compartido para llevar a cabo búsquedas documentales o aprender el manejo de fuentes diversas.
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